Hasta hoy sabíamos de su chulería caciquil por el inglés en la asignatura educación para la ciudadanía, su cinismo por el caso de los trajes, su frialdad al intentar destrozar con mentiras la reputación de un modesto ciudadano, el sastre José Tomás, su deslealtad al jugar con Rajoy de manera turbia en el caso Costa. Pero, tal vez por su cursilería o por sus dengues con «el bigotes», no habíamos valorado adecuadamente su condición de tipo peligroso. Hoy ha demostrado que lo es.
Esta mañana, desde la tribuna de oradores del Parlamento valenciano, Camps le ha dicho al portavoz socialista lo siguiente: «a usted le gustaría montarse en una camioneta de madrugada, venirse a mi casa y que yo apareciese boca abajo en una cuneta». Las agencias informativas, piadosamente, han resumido que Camps le ha acusado de desear su muerte. Pero no es cierto, ha sido más. Le ha acusado de desear matarle y con la terminología mas guerra civilista, de paseíllos en la noche.
Hasta el final de la frase, la cosa se circunscribía a Camps. Era evidente que alguien debía encerrarlo, o en la comisaría o en el manicomio. Pero, de pronto, paso algo mas grave: fue la ovación cerrada con la que su grupo recibió el exabrupto. Una ovación bochornosa, como aquella que saludó en el congreso el apoyo a la guerra de Irak. Y que nos mostró el peor PP, ese que siempre nos resistimos a creer que aún exista.
En el caso de Camps, sólo hay dos posibilidades: o no está en su sano juicio y no sabe lo que dice, o no esta en su sano juicio y por eso dice sin inhibiciones lo que quiere decir. En cualquier caso, es un político acabado. Pero su partido quiere gobernar este país. Rajoy debería decirnos si sus parlamentarios en Valencia son el ejemplo de ese sentido común del que tanto nos habla.»