Socialistas de Valencia

Ana Noguera.

Diez años al frente de un partido político, o de un proyecto común, son años suficientes para hacer un balance. Y siempre hay luces y sombras.

Dudaba Felipe González, antes de presentarse a sus últimas elecciones, si él era la solución o el problema. Ambas cosas. Como lo fue Adolfo Suárez o como lo fue también Aznar. Resulta inevitable que un Presidente del Gobierno, un líder que se convierte en indiscutible e incuestionable porque gana elecciones, acabe siendo un círculo para su propio partido.

Y sólo cuando el tiempo pasa, se puede valorar con realismo, y cierta nostalgia, las grandezas de la persona. ¿Quién le iba a decir a Adolfo Suárez, después de su triste abandono de la política, que recogería el enorme reconocimiento social y político? ¿Quién no reconoce actualmente a Felipe como un “sabio entre los sabios”, sólido, coherente, curioso e inteligente, capaz de despertar asombro cada vez que emite una palabra? (Permitan que obvie a Aznar pues no he encontrado todavía lejanía histórica suficiente para valorar su resultado gubernamental).

Zapatero fue la gran esperanza del PSOE en un momento de incertidumbre, de ruptura del pasado, de cambio en sus estructuras, de nueva concepción de la organización y, como él mismo ha acuñado, “un talante diferente”. Despertó todos los sueños y las esperanzas, renovó la confianza y la autoestima, y ganó, contra todo pronóstico externo e interno, unas elecciones generales en un tiempo récord.

La Historia valorará el gran cambio cultural, la conquista de derechos, que España sea moderna y sin complejos, que “se pueda respirar” con absoluta dignidad y libertad. El republicanismo de Zapatero ha calado como una lluvia fina en una ciudadanía que ha cultivado la tolerancia como virtud principal de un pueblo, pese al griterío y la bulla que desde el extremismo ideológico más intolerante, político y religioso, han intentado poner palos en la rueda del progreso.

Pero resulta inevitable pensar que hay dos legislaturas en Zapatero: la primera, de conquistas y derechos, de apertura en libertades, de laicismo y tolerancia, de aumento de la protección social, de desarrollo del Estado de Bienestar; y una segunda, marcada por la destructora y destructiva crisis económica internacional.

Éste es el momento más duro que Zapatero está viviendo. En primer lugar, porque está tomando medidas que considera necesarias para salir de la crisis pero que va contra su propio programa y proyecto. Muchos aconsejan que hubiera sido necesario hacer antes una reforma laboral, una contención de pensiones, medidas de reducción social, pero Zapatero, en su haber, se ha resistido todo lo que ha podido. Y su resistencia, se diga lo que se diga, ha servido para mantener durante más tiempo el nivel de protección social que en su primer mandato aumentó considerablemente.

La encrucijada actual es complicada: la izquierda en su conjunto se siente desolada porque la salida a la crisis no es la que hubiera deseado; da la impresión de que el neoliberalismo económico vuelve a ganarle la partida a la utopía política. Esta crisis debería dar argumentos y razones para cambiar estructuras, modelos, y, sobre todo, valores. No se puede seguir manteniendo el consumo ilimitado como única razón al crecimiento y al progreso; pero, ¿dónde está la salida económica de izquierdas a la crisis?